Veinte de Abril de dos mil once.
Aun recuerdo su ultimo abrazo, la última vez que me dijo que
no encontraba las llaves, la última vez que se levanto temprano para prepararme
el desayuno pero siempre se le quemaban las tortitas o la última vez que me
pidió mi opinión sobre su peinado, ella siempre lo llevaba perfecto, era un
rubio apagado y sus ojos eran de un tono gris azulado.
Todavía la siento cerca, como si la tuviera justo detrás de
mí…
Diecisiete de noviembre de dos mil nueve, jueves lluvioso, es
de esperar si vives en Seattle, llegábamos tarde a la facultad y ella no paraba
de repetir que iba a suspender el examen de bioquímica, yo sabía que iba a
aprobar puesto que me enamore de la chica más lista de todo el instituto; ese
día ella llevaba un recogido con una flor blanca, dejando caer un mechón de su
pelo ondulado por detrás de la oreja, ella estaba en segundo de carrera de
medicina y yo en segundo de magisterio, compartíamos el piso con otra pareja de
Liverpool que venía de visita un mes al año.
A, por cierto, su nombre era Elisa Stevens.
Elisa era una chica curiosa, le gustaba hacer reír a la gente
y también era un poco discreta, no le gustaba decirme todo lo que pensaba, si
le pasaba algo, no me lo decía para no preocuparme, le gustaba hacer canciones
y luego cantármelas los sábados por la tarde, su voz era dulce…
El sueño de Elisa era viajar a Italia, porque sus abuelos
nacieron en Florencia, así que decidimos ir allí a pasar el verano.
Fue el verano más increíble de todos, la primera semana la pasamos en su tierra, en
la Toscana, comimos pizza, paseamos por los pueblos de alrededor y aprendimos a
decir “mesa para dos” en italiano, la segunda semana la pasamos en Roma, sin
duda es uno de los lugares más bonitos del mundo, fuimos a la Fontana di Trevi,
al Coliseo Romano, también fuimos a la Ciudad del Vaticano, y finalmente fuimos
a Sicilia, hicimos fotos a las playas y comimos mas pizza.
Cuando volvimos a Seattle, la notaba un poco rara, como si le
ocurriese algo malo, yo pensaba que era del cambio de hora por lo del viaje,
pero no estaba del todo seguro…
Pasaron días, y seguía sin decirme lo que le ocurría, una
noche le escuche hablar por teléfono con su madre de no sé qué de una
operación, así que decidí intervenir.
-Elisa… sea lo que sea, cuéntamelo, tengo derecho a saber lo
que pasa.
-¡No!, no te mereces que te haga esto, enserio…
-Elisa, lo que no me merezco es, después de todo lo que hemos
pasado, que no me cuentes esto, sea malo o bueno.
-Tengo cáncer…me hicieron un estudio antes de la graduación,
pero está en la fase cuatro, es terminal.
En ese momento no sabía qué hacer, si ponerme a llorar o
salir corriendo, solo le abracé, me tumbe con ella en el sofá, y le acaricie
hasta que se quedo dormida. Mientras tanto me puse a pensar en lo poco que me
quedaba de estar a su lado, en lo poco que me quedaba de escuchar sus canciones
los sábados por la tarde, en lo poco que me quedaba de decirle que la quería.
Pasaron los días, como si no hubiera pasado nada, un domingo
me levante temprano para prepararle el desayuno, suerte que a mí no se me
quemaban las tortitas, salimos a comer a un restaurante del centro y le regale
una margarita para el pelo, se la puso, ella estaba preciosa, cada día era más
bonita, aunque a la vez más frágil.
Veintitrés de marzo de dos mil once, uno de los pocos días en
los que hace sol, aquí en Seattle, hoy como cada día me he levantado pronto
para preparar el desayuno, he salido a la calle a pasear y al volver, me puesto
a ordenar las cajas de mi cuarto, en ellas estaban las fotos y los recuerdos
del viaje, entre los álbumes de fotos había una carta, no la había visto la última vez que abrí la caja, era una carta
de Elisa.
Querido Will,
si estás leyendo esto es que ya no estoy ahí, a tu lado, se
que en estos momentos no es fácil para ti leer esto, si decidí estar contigo
todo este tiempo era porque no encontraba otra persona con quien pasar mis
últimos años de vida, de pequeña, no soñaba con tener hijos o con tener mucho
dinero para comprar cosas, soñaba con tener a alguien como tú, estar contigo
todos los días, levantarme a hacerte el desayuno o cantarte canciones los
sábados por la tarde, solo quería eso, y tú me lo has podido dar, se que ahora
lo único que quieres es tenerme a tu lado, pero lo que quiero es que sigas tu
vida, que termines tu carrera como profesor y que un día les puedas contar a
tus alumnos las cosas que vivimos.
Te quiere, Elisa.
Dentro del sobre estaba también la orquilla de margarita que le regale.
Veinte de Abril de dos mil once, martes lluvioso, es de esperar
si vives en Seattle, trescientos noventa y ocho días y seis horas desde que la
persona más importante de mi vida se fuera, su nombre, Elisa.
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